Mi nombre es un nombre de una vez, sin diminutivos de ninguna clase. Mi nombre es engañoso, desordenado, una mentira piadosa inventada a medias entre optimistas incurables y la hez de los desesperados. Tiene su propio color, encierra la equívoca promesa de un dolor mitigado. Es un augurio incumplido, un deseo que no acaba de materializarse. Es un nombre que, si crees en él, conduce al caos. Esperanza no era un nombre, fue una losa para una niña aturdida ante su peso. Me parecía profético, una responsabilidad inasumible. Flor tardía de una mujer neurótica y controladora, sólo llegué aquí para ser su último recurso, con el deber de compensarla por todas sus frustraciones y amarguras. Yo era su proyecto, su única alegría y su mayor tristeza, su pozo rebosante de dolor, su único motivo de presunción. Su marioneta, casi un apéndice; su excusa suprema ante cualquier supuesto sacrificio. Yo fui una dolorosa nulidad, casi perfecta, pero nunca lo bastante. Crecí viendo aumentar mi in
Comentarios
Publicar un comentario