Marino López Alarcón: "Morder mi Vida"


Este domingo os presentamos algo verdaderamente especial: un fragmento de Morder mi Vida, obra aún inédita de Marino López Alarcón (Socuéllamos, 1988). Esta joven promesa de las letras, que actualmente cursa cuarto curso de Filología Hispánica por la UNED, es también profesor de piano en los Conservatorios de Castilla-La Mancha y maestro de primaria.
Admirador incondicional y estudioso de la vida y obra de Sylvia Plath, saber que la poeta pasó su luna de miel en Benidorm, donde él reside, le dio el impulso para escribir esta magnífica novela donde intenta recrear aquellos días de felicidad, de los cuales no conservamos apenas testimonios, ya que su viudo y albacea mutiló esa parte de sus Diarios. 
Marino López Alarcón muestra su exquisita sensibilidad con los afectados por trastornos mentales en esta obra que pronto será presentada en público. Le agradecemos que nos permita disfrutar de un adelanto aquí, donde más podemos comprenderla.


(…)«Jamás escribiré una novela. Jamás. Me conozco demasiado bien cuando estoy lúcida de pensamiento, y hay demasiado material en mi desván emocional. Saldrían demasiadas cosas, incluso si las relegara con disimulo a personajes que nada tuvieran que ver conmigo: nada peor que una novela en tercera persona donde el alter ego pulule en todas las páginas. Además, no toleraría que una novela (que, sospecho, solo tendría éxito si su contenido generara morbo), dejara en un segundo plano a mi poesía: sería venderme al diablo por un puñado de libras, un acto de prostitución emocional horrendo en cualquier caso. Supondría también arrastrar a muchas víctimas colaterales, y estas no merecen tal desprecio público. Saldrían demasiados monstruos. Las novelas con tinte autobiográfico son tiros hacia la nuca, monstruos que se alimentan de sus propias heces y que solo a veces dan lugar a interesantes granos de café, pero de sabor demasiado amargo. Y, cómo no, una historia autobiográfica siempre será una historia de traición a tu entorno más cercano.

En concreto, hay una historia de mi vida, que cuenta incluso con su propio orden cronológico de sucesos, que podría ser objeto de una novela; una historia que, aun ubicada en sus propios aconteceres, está sumida sin embargo en una densa niebla. A veces fantaseo con la imagen de un cirujano extirpándome el rincón cerebral que la aloja, para olvidarla. Pero no creo que eso sea posible. El sufrimiento es amante de la memoria y solo si consigue dañarla de manera irremediable, la debilidad de la segunda le permite su salvación. La novela, ácida, y quizás de un humor sarcástico y un tanto extraño que contaría ese episodio, comenzó el 24 de agosto de 1953, una fecha que cambiaría por motivos obvios. (…)

(…) Sin duda, la bella joven de la foto del periódico distaba mucho de la joven real, amoratada, deshidratada, envuelta en una manta y empapada en su propio vómito. Por desgracia para ella, pero por suerte para sus familiares, la ambulancia no tardó más de lo debido, por lo que la joven aún tenía posibilidades para volver a la vida, por mucho que ella quisiera renunciar a esta y su voluntad no fuera respetada. En el hospital de Newton-Wellet de Framinghan, donde la bella joven fue asistida, el pronóstico de la enfermera de guardia resultaba desalentador: «está más muerta que viva», le reconoció a su madre a bocajarro, como toda cruda verdad que merece ser conocida sin engaños, esos fieles protectores de las falsas esperanzas. El trauma de la madre se vio reforzado, tanto tras ver el deplorable estado en el que encontró a su hija, como por las palabras de sinceridad de la enfermera. El fingimiento de una tranquilidad que ni siquiera el calmante previo a la breve visita logró mantener más allá de unas horas. Y después, las palabras de calor, como una canción de cuna: te quiero mucho, toda tu familia te quiere mucho. Mucho, mucho. Unas palabras acompañadas por una sonrisa dulce, más propia de su estado narcótico que de la expresión innata de su gesto, que su hija agradeció. Quería corresponderle; porque aunque aún fuera pronto para que la culpa creciera como una mala hierba devorando su conciencia, su hija era demasiado consciente ya del dolor irreversible que su acto había causado. “Fue mi último acto de amor…” Parecía una respuesta convincente. Todo estado anímico sin alas con las que lograr levantar el vuelo, no es sino un lodazal que termina por arrastrar a la familia con su caudal imprevisible. Ninguna flor de loto sabe que ha nacido en un clima tropical hasta que una lluvia torrencial se lo hace saber.»



Sylvia Plath (Boston, 27 de octubre de 1932-Londres, 11 de febrero de 1963) fue, pese a su corta vida, la más importante poeta de la conocida como poesía confesional, un género intimista donde se trataba la vida del propio poeta, sus sentimientos y fragilidades. También es todo un icono feminista, pues afirmaba con frecuencia que haber nacido mujer fue su mayor impedimento para alcanzar la cumbre como poeta y como persona. Brillante, inestable y con tempranas ideaciones suicidas, nunca obtuvo un diagnóstico claro, y sufrió el internamiento y los terribles tratamientos de las instituciones psiquiátricas de los años 50. Su casamiento con otro poeta, maltratador, abusivo e infiel, que la abandonó por otra dejándola con dos bebés y sin recursos, fue el detonante para que consumara su propósito de morir, asfixiándose con gas en el horno de su casa poco después de cumplidos los treinta años. Aún así su legado ha perdurado muy por encima del de su viudo y en 1982 se le concedió, por primera vez a título póstumo, el Premio Pulitzer de Poesía. Como dato curioso, Sylvia Plath sí escribió una novela autobiográfica. Publicada bajo pseudónimo, La Campana de Cristal narra las dificultades de una muchacha incapaz de  adaptarse a unas convenciones sociales que terminarán impidiéndole encontrar razones para conectarse a su propia vida. Fue un gran éxito a nivel mundial.
El próximo año se cumplirán sesenta años de la muerte de una de las mejores poetas que ha dado la historia universal de la Literatura.

Comentarios

  1. ¡Bravo Marino ! Por tu maravillosa capacidad para comprender el dolor devastador que causa en una familia que uno de sus miembros sufra un trastorno mental, y tu precisión al retratar los sanatorios de los años 50 en EEUU. También por fundirte con la propia Sylvia en ese relato en primera persona, y por tu empatía con el maltrato, el abuso, y todas las circunstancias que se ensañan con la psique de las mujeres incluso hoy en día, y en especial con ese colectivo tan vulnerable que somos las mujeres con alguna discapacidad psíquica. Gracias por todo.

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