ELOGIO DE LA BUENA CUIDADORA

 


ELOGIO DE LA BUENA  CUIDADORA


Para Isa, con todo mi cariño y respeto.

Para las y los asistentes de ayuda domiciliaria de Cáritas Baza.


Hoy me enteré de que falleció una de esas personas con las que nunca te has encontrado, pero que sientes como propias. Ha muerto la madre de mi cuidadora, y no puedo dejar de pensar en esa anciana enferma cuya vida se ha extinguido, pero que alguna vez también fue una joven madre, y crio a una hija tan especial, tan atenta, tan sabia, con su perenne sonrisa y sus ágiles andares de duende.

Me ha dado por pensar en esas familias de segunda mano, tan extensas, hechas a fuerza de retales y casualidades de la vida, todas esas personas que, sin ser de tu sangre, sientes  como cosa tuya, y sabes que se preocupan de veras por tu bienestar, y están siempre a mano, apoyándote. Quizás un día sean las únicas que te despidan a ti, en lugar de esa otra familia que te rechazó y te expulsó de su seno. Ella es parte de mi peculiar  familia de mujer sola y yo la tengo en un pedestal, como se merece.

Por eso hoy estoy triste, siento el dolor inmenso de una amiga íntima, alguien que comparte mis penas y alegrías, y es de justicia, lo más normal, que yo  comparta su duelo con ella y con toda su familia.


        Fte. Foto Wayalia.es


Mi cuidadora está conmigo desde hace cerca de ocho años. Llegó a mi vida cuando yo me estaba muriendo, exhausta de no querer vivirla, desahuciada por los médicos. Y desde entonces, esa vida miserable cambió poco a poco, gracias a su cariño, sus cuidados y su infinita paciencia.

Llegaba con su compañera y era como un torbellino de alegría y eficiencia. Se hacían la casa entera en un pispás. Pero no sólo se ocupaban de eso. Se preocupaban por mí sinceramente. Me hacían levantar el ánimo y se ponían serias conmigo para que tomara mi medicación y no me abandonara del todo. A lo largo de los años, hubo otras compañeras, agradables y queridas, pero ella es la que ha estado conmigo siempre, semana a semana, todo este tiempo. Me cuida con mimo, tiene una delicadeza y dulzura sólo comparables a su rapidez de centella: es como una de esas súper mujeres de los anuncios. Lo mismo se pone a arreglar una persiana que a abrazarme para que llore por un disgusto. Es depositaria de todas mis confidencias, se conoce al dedillo mis éxitos, mis decepciones, mis proyectos y mis esperanzas. Y aunque me escucha con la atención de una experta psicóloga y me da buenos consejos, mientras tanto recoge el caos de mi vida, limpia, coloca, barre, friega y hasta le queda siempre un instante para regar las plantas o cambiarle la arena a la gata. Me ha llevado a urgencias tras convencerme de que tenía un tobillo roto, y así fue. Me ha traído la compra y las medicinas fuera de su horario de trabajo. Me ha colgado las cortinas cuando me mudé, y me coge el dobladillo de la ropa demasiado larga. Es madre, amiga y paño de lagrimas. Ha estado a mi lado tanto tiempo, que me pregunto con miedo qué habría sido de mí sin ella. Desde luego yo no estaría hoy  contenta con mi vida, ni habría conseguido librarme de mi impotencia y mi sensación de inutilidad.  Muy probablemente, yo no seguiría viva de no ser por ella.

También sabe ponerme firme y anunciarme que me he ganado una bronca: no es posible mi costumbre infantil de dejar las cosas en cualquier sitio y perderlas, tanto desorden de horarios, mis comidas a horas disparatadas, la apatía que siento con frecuencia para cuidar de mí misma. Por eso no me consiente, o sólo un poquito. Me pone límites, me hace comprometerme con esta o aquella tarea, mil veces pospuesta. Conoce mis cambios de humor. Me espabila cuando me ve decaer, me riñe por desastre y me atiende comprensiva si ve que alguna vez estoy hundida. Es la primera en conocer y celebrar cualquier buena noticia de mi vida. Nunca recibí de ella un mal gesto ni una mirada de hartazgo.

Ahora que tanto se habla de la figura profesional del asistente para personas con trastorno mental y las muchas habilidades especializadas que requiere, yo me doy cuenta de lo afortunada que fui y sigo siendo de contar con ella, que actúa por puro instinto. Es una profesional que sabe exactamente qué hacer y qué decir en cada situación. Sabe calibrar de un vistazo las necesidades emocionales de cada persona, y en un gesto impresionante de generosidad, se entrega incansablemente, cada día, igual que hace una cama perfecta o deja un salón reluciente en un momento.

Podría seguir contando mil cosas de esta mujer excepcional, pero baste decir que hoy la vi por primera vez rota, sin fuerzas, y pensé que nadie merecía más que ella este homenaje de mi parte, en nombre de tantas personas a las que ha atendido durante años con esa bendita disposición de ángel de la guarda. 

Querida Isa, hoy comparto tu dolor. Muchos ánimos, muchas gracias.


Esperanza Iglesias


Comentarios

Entradas populares de este blog

Un nombre de mujer

Denuncia de un abuso continuado